30 de julio de 2015

La raíz es más fuerte



La historia es el viaje, nos canta pez. Los viajes tienen esa cosa de ser más que una crónica, más que un montón de imágenes y anécdotas.

Los viajes en avión, en autos, en colectivos, en motos, en lanchas, botes, barcos enormes, en trenes de corta y larga distancia; los viajes sentados en la cama frente a un libro, en un sillón mirando una película, en un café compartiendo una charla, en unos mates con un/a amigo/o sentados en una plaza, en los sueños despiertos de pelos enredados de dos compartiendo almohada en una cama.

Los viajes son más que todo, más que la suma de las partes, más que un diario, una descripción o un montón de sensaciones.

Los viajes nos encuentran con lo desconocido, con todo lo otro que nos hace también ver, reconocer  lo propio, aunque sea a la distancia. Nuestras fortalezas y debilidades dejan de estar latentes y se presentan como posibilidades o dificultades. La distancia de lo cotidiano nos genera un conflicto divino, nos lleva a reflexionar, a pensarnos, a extrañar o no, a poner a veces en palabras y otras en abrazos, o en sonrisas de ojos llenos de emoción.

Estoy sentada en una cama de hotel en Oruro, Bolivia. Tengo una amiga, que es más una hermana, en la cama de al lado. Las dos nos confesamos anoche, antes de subir al tren que nos iba a traer desde Uyuni, que extrañábamos mucho, que queríamos volver. Fue una confesión avergonzada, que encontró alivio al ver la coincidencia. “¿Qué extrañas tanto?” me pregunta otra amiga a la distancia. “¿De verdad quieren volver?” nos pregunta otra viajera con cara de sorpresa.

Extraño mi casa y mi cama. A mi gata Libertad, sus maullidos ensordecedores pidiendo comida o agua, su pelo suave y blanco como algodón, sus patitas sobre mí cada vez que me quedo quieta.
Extraño a mi mamá aunque pasemos tanto tiempo sin vernos. Extraño tenerla cerca y saber que si realmente la necesito ella viene corriendo, me abraza en silencio y me hace unos mates.

Extraño mi rutina, mi trabajo, mi música, mi comida. Extraño mi gente, que no es mía pero son tan parte de mí que mi sonrisa está incompleta: mi hermano, mi familia elegida, mi sobrino, ahijado y los niños de mi vida, mis amigues, mis compas de acá y allá, mis alumnos maravillosos, mis maestros de la vida. Extraño mis barrios, mis caminos cotidianos, mi bicicleta.

Extraño un corazón parecido al mío. Extraño encenderme con su mirada. Extraño la luz que irradiamos cuando estamos juntos. Extraño pensar que lo quiero con el nudo en la garganta y la cara de vergüenza que mira hacia abajo.



Soy un montón de ritualitos que me mantienen viva, soy emoción, soy corazón, temperamento e impulso. Soy todos los días igual, pero también un poco diferente. Sé que cuando esté en casa rodeada de todo, voy a extrañar esto de extrañar con los ojos húmedos. Es que soy también contradicción, en tanto soy también humana y amo, sufro, sangro, sueño, temo, deseo.

Soy entonces un montón de cosas, todas juntas en este cuerpo, con esta piel y estas tripas, con esta fuerza, esta fe y todo este camino recorrido y los que queden por recorrer. Soy la gente que la vida me cruzó, la que me dio amor y también dolor; la que sin saberlo iluminó otros caminos, la que fue agua para mi sed.

Pero soy también todo esto milenario; esta tierra, estas culturas, este sol que enceguece, esta altura sobre el nivel del mar. Soy el polvo que me parte la piel, soy el viento que me raspa la garganta, soy los condimentos que me pican la lengua, las hierbas que me ayudan a respirar mejor. Soy el vapor de las sopas, la luz de la luna, el frío de la noche. Soy un poco todo esto que descubro, que me antecede, que es parte de mi historia. Soy mujer, orgullosa, emocionada al ver en cada viaje tantas y tantas compañeras que construyen mundos. Soy latinoamericana, y aunque no tenga bandera me reconozco a pesar de las diferencias. Soy naturaleza, soy una parte ínfima de un todo maravilloso.

Empiezo a entender que mi “soy”, es más colectivo que individual… que esté donde esté “soy”, y que extrañar, amar y reconocerse también es parte de la historia.


No hay ningún apuro por llegar.

(el desorden de lo escrito, también es parte de esto que soy)

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